Reflexiones sobre lo que daña las relaciones humanas

Me ha gustado esta entrevista a la veterana doctora en sexología Shirley Zussman. En ella expone las lecciones que ella misma ha aprendido en la vida sobre el sexo, las relaciones de pareja y el amor. Todas ellas me parecen dignas de mención, pero tal vez una, la relativa a las nuevas tecnologías, haya capturado más mi atención. Me ha gustado la forma de expresar cuáles son las consecuencias de un uso abusivo de las mismas en las relaciones humanas:

Estoy anonadada al ver la falta de conexión entre personas por culpa de los iPhone. Hay mucho menos contacto físico. Hay menos tocamientos, menos conversaciones, menos abrazos, menos miradas… La gente siente placer mirando a otras personas, sonriéndolas, tocándolas… Necesitamos tocar para sentirnos queridos. Este es el principal problema de la generación actual. No entiendo por qué la gente no echa eso en falta.

Dos reflexiones acerca de esto. Primero que, en efecto, tal vez no deberíamos subestimar la importancia del contacto físico. La verdad es que no soy un experto y ni siquiera es mi disciplina, pero es probable que nuestro bienestar diario se explique en gran medida por esos pequeños gestos de contacto físico. Aunque aquí creo que las diferencias culturales pueden jugar un papel fundamental. Son notables las diferencias que encuentro entre el nivel de contacto físico en Polonia, mi actual pais de residencia y España. Aquí, la distancia en las conversaciones cara a cara es mayor, de la misma manera que escasean las palmaditas en la espalda o los abrazos. Aunque es posible que eso se limite sólo a ámbito públicos y que en ambientes más familiares las interacciones físicas sean todavía mayores. Al fin y al cabo, la sociedad polaca es muy familiar.

Por otro lado, y es aquí donde quería hacer un mayor énfasis, las palabras de Zussman me han hecho pensar sobre qué otros aspectos de nuestra vida diaria obstaculizan, además de las nuevas tecnologías, el contacto físico. Se me ocurren los sistemas de transporte. Una ciudad donde el uso del coche sea la norma general, el nivel de contacto físico podría reducirse considerablemente entre sus habitantes. Me refiero a conversaciones, miradas o sonrisas, por ejemplo. Vaya uno acompañado o no, las posibilidades de interacción son menores. Más aún el conductor, que deberá permanecer siempre con la mirada al frente. Pero también entre los pasajeros de delante y los de detrás ya que permanecen de espaldas. Por otro lado, las conversaciones están muy condicionadas por lo que sucede en la carretera. Que si un coche comete una imprudencia, que si hay mucho tráfico, etc. En cambio, las posibilidades de interacción en el transporte público son mayores, ya que a menudo uno se encuentra cara a cara con sus acompañantes, amigos o simples pasajeros, porque quién no ha mantenido espontáneas y agradables conversaciones con desconocidos en el bus o el tren. Otra cosa es que la calidad de los servicios ofrecidos inviten a utilzar el transporte público o que estos esten saturados.

Otro aspecto que me parece fundamental  y que condiciona en gran medida el contacto físico es la predisposición del mobiliario en las estancias, así como las dimensiones y el diseño interior en general. Casas u oficinas repletas de mobiliario que a menudo tiene un uso no del todo esencial podría llegar a ser un verdadero obstáculo. Sofás, mesas de adorno que nunca llegan a utilizarse; paredes llenas de cuadros, fotos y adornos que uno no sabe muy bien como llegaron ahí. Taquillones en la entrada contra los que uno siempre, siempre se golpea al salir. Televisiones que ocupan media pared. Lámparas gigantes colgando. Y por supuesto, el jarrón de la entrada que era de la abuela. La estantería para la enciclopedia que nunca llegó a usarse de verdad. La mesa de invitados que en realidad sólo vienen una vez al año. Alfombras con las que uno siempre tropieza. Creo que el estereotipo de hogar u oficina está hoy enormemente marcado por una mezcla de maximalismo y consumismo, alentado, todo sea dicho de paso, por grandes superficies como IKEA. Cuando se trata de hogares con hijos esta predisposición condiciona enormemente las relaciones entre padres e hijos. Lo que de verdad invade las conversaciones diarias son advertencias para no romper esto y lo otro, no hacerse daño con esto o con lo otro, creando así una fuerte burocracia doméstica que resulta en una repeticion hasta la saciedad de la palabra No. Las normas de la casa se multiplican y esto, sumado al escaso espacio restante limitan lo que de verdad une a los niños y a los padres: jugar, hablar, tocarse, abrazarse, incluso correr y tirarse por encima de la alfombra, ¿por qué no?; y que lo material pase a un segundo plano.

Después está el tema del diseño y las dimensiones. El que vive en un piso o casa pequeña no suele ser por gusto, sino porque no tiene otro remedio. Pero la tendencia es a que sea lo más grande posible. Y ojo, porque aquí si que encuentro una diferencia importante entre Polonia y España. Aquí los pisos tienden a ser más pequeños. No sólo eso, sino que es muy habitual que algún miembro de la familia haga uso de una cama supletorio en el salón de la casa y que durante el día se recoga y santas pascuas. En España eso resulta impensable para una familia que disponga de capacidad adquisitiva. En fin, probablemente la tendencia tanto en España y Polonia sea la misma, es decir, tener casas lo más grande posibles (y de hecho los datos así lo corroboran) Al fin y al cabo la globalización o el capitalismo global tiende a homogenizar muchos hábito. De cualquier forma, siempre ha sido notable la importancia que la propiedad, la casa, ha tenido en España. El progreso de una familia, así como su propio status en la comunidad es a menudo valorado por este tipo de aspectos. De ahí esa curiosa costumbre de enseñar a nuestros invitados todos y cada uno de los compartimentos de nuestra nueva casa. No deja de ser ciertamente ridículo enseñar donde uno hace sus necesidades. Como si los baños tuviesen tanta lectura. Pero lo dicho, creo que esa tendencia a la sobrevalorización de las dimensiones de la casa es algo bastante común en cualquier pais de occidente. Después está la distribución de las viviendas. Tantos dormitorios como miembros en la casa, sumado al cuarto de los invitados (que al final vienen sólo de pascuas en flores). Y tantos baños como hiciesen falta. Los niños, si es posible que desfilen a los pocos meses a su correspondiente cuarto. Lo cual creo, sinceramente, que es un verdadero obstáculo para una relación más afectiva con los padres. No hace mucho leí un artículo de un pedagogo (perdí el enlace) en el que recomendaba dormir con los hijos hasta que estos fuesen mayores. Precisamente porque aumenta el contacto físico, y muy probablemente el bienestar afectivo de los niños. Él mismo reconocía haber hecho así. Pero la realidad es que disponer de una habitación para cada niño y que esta tenga todo cuanto artilujio sea posible a un módico precio (léase Ikea) sigue siendo prioritario. Aunque sólo sea para enseñarsela a tus visitas o colgar una foto en facebook.

Tiene, en definitiva, mucho que ver con la perspectiva de Erving Goffman sobre la vida diaria como una especie de obra teatral en la que los humanos nos adaptamos a los roles que jugamos (léase en la comunidad en la que estamos incrustados) y que en el fondo sólo tratamos de demostrar que somos quiénes se supone que tenemos que ser en función del discurso oficial en una sociedad capitalista y consumista. Todo ello, aunque de forma un tanto inconsciente, acabaría por dañar las relaciones humanas en innumerables situaciones sociales.

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