El que sabe de verdad

Necesitamos con tanta urgencia las explicaciones que no podemos aceptar que no existan. Solo los tontos, los ideólogos y los beatos están seguros. Cuando uno habla con un científico, lo que le llama la atención no es la rotundidad de sus afirmaciones, sino los escrúpulos con los que las envuelve, la advertencia sobre la dificultad de obtener datos seguros, de elaborar modelos fiables que resistan la comprobación experimental. El que sabe de verdad de algo es el que ha llegado a intuir la amplitud de todo lo que se desconoce, la parte mínima que ocupa el conocimiento con respecto a una totalidad que no puede sondearse. Recorremos un museo de la prehistoria y tenemos la tentación automática de considerar que lo que hay expuesto en las estanterías es una representación suficiente de un mundo. Pero solo son restos mínimos, salvados por casualidad del cataclismo lento del tiempo, quizá mucho menos reveladores de lo que imaginamos, lo que queremos creer.

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