Y los partidos políticos, ante una situación de emergencia social, decidieron, en un acto de cordura, lucidez y responsabilidad, renunciar a una campaña basada en propuestas cada cuál más peregrina, a mítines endógenos y campañas de marketing, para acordar la celebración de debates con presencia de vecinos donde de forma cordial pero batalladora se discutían sobre los problemas actuales desde un punto de vista estructural, socio-histórico, contextual y, sobretodo, entendible para todas las capas de la sociedad. Para los que no pueden leer la prensa todos los días y para los que sí. Para los que ni siquiera saben leer. En los bares no se hablaba de otra cosa. Los historiadores, sociólogos, economistas, analistas y ciudadanos en general alimentaban y enriquecían los debates mediante artículos de opinión en la prensa local, en las redes sociales, en cada esquina, en cada sobremesa.

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Durante semanas, los empleadores incentivaban la participación de sus empleados en todo tipo de actos porque, entendían, les acabaría reportando beneficios en el futuro. La gente discutía con pasión, sin miedo y tratando de fundamentar sus posiciones de forma racional y siempre, siempre abiertos a las concesiones. Lejos quedaban aquellos tiempos de silencio, en los que la gente no hablaba de política o zanjaba cualquier debate con frases como “son todos iguales” o “yo paso de la política”. Las élites pseudodemocráticas, con el apoyo de los medios de comunicación tradicionales, hablaban de caos. Pero la gente ya no les creía, ni a ellos, ni a sus campañas de manipulación. La gente quería informarse, comprender, disentir, consentir, decidir. Era como si todo ese disenso, la furia cordial y el conflicto sano, llenasen las conversaciones diarias. Como si otro tipo de discusiones, vacías, espurias, insanas y corrosivas, pasasen a un segundo plano. Como si la gente de repente sintiese que vivía en una sociedad más justa, más sana, más predecible. Como si la gente votase en base a sus principios y sin esperar nada a cambio. Como si por fin todo el mundo asumiese que la confrontación de ideas y el consenso están en la base del progreso real.