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París anuncia medidas radicales para detener gentrificación

© looking4poetry [Flickr CC]

La Alcaldía de París ha publicado un radical plan gubernamental para detener el proceso de gentrificación que viven los barrios del centro de la capital francesa: a través de un comunicado oficial, el gobierno regional anunció un listado de 257 direcciones -8.021 departamentos-, en los cuales el ayuntamiento se otorgaría el derecho a rechazar la venta de inmuebles, con tal de convertirlos en viviendas subsidiadas.

Los planes de Anne Hidalgo -la primera mujer a cargo de la Alcaldía de París- apuntan tanto a incrementar las opciones de arriendo subsidiado como a asegurar zonas residenciales de gran conectividad, servicios y equipamiento en el centro histórico a personas de bajos y medios ingresos, evitando su expulsión a la periferia desde barrios progresivamente habitados por grupos de altos ingresos, los llamados ghettos de millonarios.

De inmediata aplicación desde el miércoles 17 de diciembre, el plan sigue la línea del anterior gobierno parisiense, Bertrand Delanoë -mentor político de Anne Hidalgo-, quien dedicó amplios esfuerzos en atajar el proceso de gentrificación que vive la capital francesa, cartografiado prolíficamente por la geógrafa Anne Clerval en “Las dinámicas espaciales de la gentrificación en París” (Les dynamiques spatiales de la gentrification à Paris). En ese sentido, Frédérique Lahaye, director de Vivienda del gobierno de Delanoë, señaló en 2013 que “todos tienen el derecho a la belleza y a vivir en un bello ambiente y no es sólo el dinero el que debe determinar quien vive (y) dónde”.

Con predominio de barrios antiguamente obreros del norte y este de París -actualmente en proceso de reconversión urbana y social-, el plan se aplicará en ocho distritos (arrondissements) de la capital (2°, 10°, 11°, 12°, 15°, 17°, 18° y 20°), y los edificios escogidos responden a tres criterios: tipo de condominiums, porcentaje de déficit de viviendas sociales en el área y edificios en donde al menos exista un 15% de demanda de vivienda social, según informa Les Echos [francés].

Dinámicas espaciales de la gentrificación en París desde la década de 1960. Image © Anne Clerval, 2008

El plan parisiense buscará que cuando algunos de los apartamentos de cualquiera de las 257 direcciones se encuentre en venta, por ley deberán ser ofrecidos al gobierno metropolitano. El apartamentos será vendido a precio de mercado. Sin embargo, el precio ofrecido sería decidido por el ayuntamiento y no el vendedor. Si el propietario no le gusta el ofrecimiento, puede apelar a un juez independiente para su recálculo de precio o bien puede retirar la propiedad del mercado. Eso sí, lo que el propietario no puede hacer es vender el apartamento a otra persona, sin antes haberlo ofrecido a la Alcaldía.

Tal como recoge Citylab, Ian Brossat, funcionario de la Alcaldía, justifica la decisión del gobierno metropolitano:

Optar por diversidad y solidaridad, contra la exclusión, el determinismo social y la lógica centrífuga del mercado (inmobiliario). También ayuda a reducir las desigualdades entre el este y el oeste de París. En particular, en donde el desarrollo de la oferta social es insuficiente.

Autor: Nicolás Valencia. En plataformaarquitectura 5/01/2015

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Urbanismo y desigualdad social en un barrio de Barcelona

José Mansilla, miembro del Observatori d’Antropologia del Conflicte Urbà (OACU)

Antes de nada quiero reconocer el homenaje, casi plagio, que hago del canónico trabajo de David Harvey, Social Justice and the City, editado comoUrbanismo y Desigualdad Social en su traducción al castellano, en el título del presente artículo. Reconozco mi total devoción por la obra de Harvey por lo que no es de extrañar que, a la hora de pensar en una frase corta y atractiva que definiera el texto que viene a continuación, me viniera a la mente el nombre de uno de sus trabajos más conocidos. Eso por un lado y, por otro, porque define como pocos la dialéctica transformadora que se está produciendo en la actualidad en muchos de nuestros barrios y ciudades.

El urbanismo, como ya señalara Herni Lefebvre hace más de 40 años, se ha convertido en uno de los principales instrumentos del capital a la hora de controlar el espacio. Las dinámicas que azotan las ciudades bajo el neoliberalismo han llevado a las mismas a convertirse en verdaderos objetos de deseo para el capital financiero e inmobiliario. Ejemplos tenemos a miles, desde la venta de promociones completas de pisos de protección oficial a fondos buitre en Madrid, pasando por losproyectos de transformación y desplazamiento socioespacial en barrios como Malasaña, en la misma ciudad, o las campañas y programas que impulsan las Smart Cities, en Barcelona o A Coruña. Estos ejemplos coinciden en dos cuestiones básicas: la consideración de la ciudad como un generador de rentas, ya sea a través del suelo o de los servicios que proporciona a sus habitantes, y la colaboración, cuando no el impulso, de las instituciones municipales en la consecución de sus objetivos. La última frontera del capitalismo, como afirmara el geógrafo Neil Smith.

La cuestión es que, para poder extraer hasta la última gota de los beneficios que producen las ciudades, es necesario transformarlas primero en otra cosa, aunque también durante el proceso es posible obtener grandes plusvalías. Una ciudad conformada por vecinos y vecinas activos, donde prevalecen valores de uso frente a valores de cambio, autogestionaria, reivindicativa, social e inquieta no seduce, desde luego, al capital. Para éste, una ciudad atractiva es una ciudad de y para el consumo, pacificada, poblada de relaciones sociales neutras, limpia, ordenada y callada. Aquella que, desde determinadas instancias políticas, se suele señalar como lejos de la incertidumbre y la inseguridad. Y es aquí donde aparece el urbanismo como elemento transformador.

El barrio del Poblenou, en Barcelona, es un buen ejemplo de todo ello. Objeto de deseo desde hace décadas, el viejo Manchester catalán, poblado durante años por fábricas y chimeneas es, hoy día, el reino de las clases medias. Con el derribo, al final de la década de los 80 del pasado siglo, de parte de su obsoleto tejido industrial para situar en él la Villa Olímpica de los Juegos del 92, comenzó un proceso de transformación social digno de la más absoluta de las utopías sociales. Además, la Villa Olímpica no fue un hecho aislado. A lo largo de los siguientes años siguieron cayendo fábricas y levantándose bloques de viviendas para rentas medias y altas y donde, históricamente, había existido un solo barrio, con una identidad fuertemente obrera y cooperativista, aparecieron cinco nuevas unidades altamente dispares. Tan dispares que, en el distrito del que forman parte, se encuentran algunos de los barrios más ricos y más pobres de Barcelona. La propia Villa Olímpica, con un indicador de renta familiar disponible (según datos de 2012) de 146,6, sobre un total de 100 considerando a la totalidad de la ciudad, y el Besòs con un índice que, a duras penas, supera el 50. El proceso es dinámico, pues en solo cuatro años dichas diferencias han aumentado. Para el capital una ciudad atractiva es una ciudad de y para el consumo, pacificada, poblada de relaciones sociales neutras, limpia, ordenada y callada

Por otro lado, el capital simbólico del barrio, su identidad, cuando no ha desaparecido, es usado por parte de las empresas turísticas como un reclamo más. Las nuevas familias que habitan sus calles, formadas por jóvenes profesionales con niños y niñas en edad escolar, se han acercado al barrio, en parte, por su localización cercana a la playa, pero también por su carácter amable, casi de pueblo. Los precios del suelo no hacen más que subir repercutiendo directamente sobre los alquileres y los importes de compraventa de viviendas y locales, y los más jóvenes, casi recién llegados a un mercado laboral cada vez más precario, ven imposible seguir en el barrio de sus padres, mudándose a otras zonas más asequibles. Mientras, antiguos negocios, bares y ultramarinos de toda la vida cierran, y tiendas de muffins, bares, restaurantes, terrazas y más terrazas aparecen. Su protagonismo es tal que los vecinos de toda la vida son parte de su clientela. El proceso de transformación social llega, así, al interior de las personas.

Algunos llaman a este proceso gentrificación, o elitización si a uno no le gustan los neologismos, pero lo que es evidente es que no es un hecho aislado sino el resultado de las políticas urbanísticas, y sobre lo urbano, que se desarrollan hoy día en nuestras ciudades. El urbanismo no es neutro, sino que está cargado de intencionalidad, la intencionalidad de transformar nuestros barrios y ciudades desde espacios de uso a espacios de consumo, y donde la desigualdad social no es un daño colateral, sino el fin último del proceso.

Fuente original: https://www.diagonalperiodico.net/global/24946-urbanismo-y-desigualdad-social-barrio-barcelona.html

Las ciudades que se desvanecen en el aire

Extractivismo urbano. Nueva York, Estambul o Buenos Aires mutan y transforman la vida de sus habitantes. Se permuta lo viejo por torres, barrios perimetrados y una brecha social cada vez mayor.

POR GABRIELA MASSUH

Mientras corremos a través del mundo de la infancia, apresurándonos por salir de él, eufóricos por la inminencia del final, no somos conscientes de que durante esa carrera somos protagonistas de un proceso de destrucción que nos rompe el corazón.

La cita es de Todo lo sólido se desvanece en el aire de Marshall Berman. El “proceso de destrucción” se refiere al Bronx, su barrio natal en Nueva York, partido en dos por el trazado de una autopista que lo convertiría durante décadas en la contraseña internacional de las pesadillas urbanas, peligrosa, infame y devastadora. Igual que Hannah Arendt (comprender es comprender lo que está puesto en juego), el aprendizaje de Berman está signado por la experiencia de la pérdida. En este caso, se trata menos de la infancia que del paisaje que emblemáticamente la contenía. La autopista era parte de las gigantescas reformas urbanas de Robert Moses, aquel polémico demiurgo que selló para siempre la imagen del american way of life , esa pacatería tecnicolor protagonizada por la típica familia americana que migró hacia asépticos suburbios con jardines al frente. Hollywood se encargó de exportar este modelo paradisíaco que polucionó al planeta entero de una idea de libertad equiparada a la posesión de un automóvil.

Vistas en perspectiva, las reformas de Moses tienen dos interpretaciones. La primera, que fueron la piedra fundamental del desarrollo económico de los Estados Unidos después de la crisis del treinta, impulsando hasta el paroxismo la industria automovilística, de electrodomésticos y del consumo de comida chatarra. La segunda es la de Marshall Berman, víctima de ese “progreso” y reverso del milagro: el habitante medio de la ciudad, aislado por la falta de transporte público, acosado por la aparición de guetos violentos, obligado a asistir a la desaparición de su variopinto barrio de inmigrantes con negocios a la calle.

En Ciudades Rebeldes , David Harvey retoma el tema. Explica la destrucción del espacio público de las ciudades modernas en términos económicos. En este contexto, el corazón partido de Berman es la reacción individual frente un sistema de acumulación que necesita expandirse no en función del desarrollo humano, sino para colocar excedentes. Harvey demuestra que los grandes proyectos urbanos, empezando por el de París de Napoleón III, hasta la construcción de mega ciudades en China, Qatar o Abu Dabi, ponen en movimiento esa maquinaria que es inherente al capitalismo: la inversión.

La construcción ocupa un lugar privilegiado en materia de inversiones. Nadie cuestiona que es el factor en materia de empleo; incide de manera decisiva en las estadísticas de crecimiento y genera la sensación de movilidad y aceleración, señal de que algo cambia. De manera creciente, la construcción devora los paisajes urbanos supliéndolos de escalas cada vez más ambiciosas: edificios cada vez más altos, rutas más anchas, autos más veloces, armas más potentes, drones más sofisticados. Ese “más” es el progreso y quien se oponga peca de nostálgico, retrógrado o loco.

Pero Berman no era nada de eso. Su añoranza del barrio perdido es el emblema de una experiencia de la modernidad que no sólo atañe a la ciudad de Nueva York. Esa noción de pérdida gratuita se da hoy en todas partes, producto de la ciudad convertida en botín exclusivo de un crecimiento económico que no “derrama”. Gran parte de la construcción de la actualidad produce bienes de cambio que incrementan el valor del suelo excluyendo a los que menos tienen. Las ciudades están convirtiéndose en un conglomerado de, custodiados día y noche, cada vez más cerrados sobre sí mismos y carentes de suficientes espacios públicos donde tener la experiencia de la multiplicidad.

La ciudad-botín obedece a un patrón de acumulación basado en la sobreexplotación de recursos y bienes comunes. Se nutre de la misma lógica extractivista de los monocultivos intensivos o la mega-minería, provocando, igual que ellos, destrucción de la multiplicidad, acumulación y reconfiguración negativa del tejido urbano. La ciudad-botín no es para todos. Acumula territorios comunes, expulsa a los menos poseídos y trabaja para un abstracto target multinacional que se desplaza por los no-lugares de las altas finanzas. O bien, como dice el abogado ambientalista Enrique Viale, “en las ciudades no hay petróleo, no hay minerales; pero hay tierra pública para alimentar la codicia de las corporaciones.” El extractivismo urbano genera conflictos de visibilidad creciente y se manifiesta a través de nuevos formatos de protesta social, que van desde manifestaciones por el derecho a la vivienda digna, pasando por acciones judiciales en defensa de la demolición patrimonial, hasta la indignación generalizada frente al aumento indiscriminado de los precios del transporte público. Al ritmo de los “saneamientos” de las topadoras, aumenta la exigencia de una ciudad no hecha a medida del marketing y la especulación, sino a imagen y semejanza de quienes la habitan, de sus usos, tradiciones y costumbres. Los violentos sucesos de Estambul en defensa de la Plaza Taksim en junio de 2013; en diciembre del mismo año, la insólita movilización de dos mil efectivos policiales en Hamburgo para desalojar a los ocupantes de un antiguo teatro convertido en centro cultural destinado a ser demolido; las protestas brasileñas por el aumento del transporte que llamaron la atención en todo el mundo, a las que El país les dedicó el titular “Nuestros veinte céntimos son el Parque de Estambul”; la brutal represión y migración forzada de miles de habitantes de Sochi para los Juegos Olímpicos de invierno en Rusia…, son sólo algunos ejemplos recientes del potencial de conflicto que conllevan proyectos concebidos a espaldas de la legitimación ciudadana.

¿Y por casa? La situación de la ciudad de Buenos Aires no es diferente. Un diez por ciento de su población, cuyo número total no llega a los tres millones de habitantes, vive en la precariedad extrema de las villas. Al mismo tiempo, el censo nacional de 2010 arrojó una la cifra alucinante del 27 por ciento de viviendas nuevas vacías. Habría que preguntarse para quién se sigue construyendo en una ciudad cuyo número de habitantes no ha variado desde 1946.

Siguiendo la experiencia subjetiva de Marshall Berman, la atropellada transformación del tejido urbano provoca, si se permite el término, la ajenidad de un paisaje usurpado. Las calles pueden llevar el mismo nombre que en la infancia, pero no las reconocemos como propias porque han perdido su especificidad de ser huellas del pasado y amparo en el presente.

Fuente original: Revista de Cultura Ñ